Las canciones acercan, la traducción une.

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Caro amico ti scrivo, “Así me distraigo un poco, y como estás muy lejos, más fuerte te escribiré. Desde que te fuiste, hay una gran novedad, el año viejo ya se acabó, pero algo aquí todavía no va bien”. Así cantaba en un italiano irreverente Lucio Dalla. Era el ‘79, cuando aún no existían Facebook y Twitter y las cartas guardaban algo de esperanza y misterio, un latido que corría a lo largo de los días mientras las manos temblaban al tocar el sobre. Ahora todo es más inmediato, instantáneo y fugaz, pero los latidos son los mismos, aunque vuelen a través de conexiones inalámbricas y unan continentes en un abrir y cerrar de ojos, casi los oímos: bit bit bit...

Como una carta, una canción o un tweet la traducción nos acerca

Por eso seguimos escribiendo y traduciendo, versos de canciones y poesías, novelas y relatos, crónicas y editoriales, mensajes instantáneos, cartas y correos.  Cada día, hora o minuto es una marea que no conoce tregua. Seguimos escribiendo, y cada vez más traduciendo, en este mundo que se atisba sin barreras, las reniega cada vez que guiña el ojo al 'otro' – ¿Pero, quién es el 'otro'? - atraído por la diferencia. Después de una primera mirada furtiva, una fotografía o un emoticon serán las "benditas" palabras las que no guíen por el mundo. Malditas cuando los distintos idiomas se convierten en ruido que impide la comunicación, no tenemos nada más que un nombre anotado en la memoria: Charlie, Noam, Hassan, Angelica, Xiao… Un nombre proprio que sólo es intraducible como una ojeada de reojo o dos besos en las mejillas, mientras todo lo demás nos pide alguna forma de interpretación, traducción o acercamiento lingüístico. “Parole, solo e soltanto parole” que nos hechizan o sacuden. Por ellas reímos, lloramos y sobretodo pensamos, aquí y ahora, mientras el presente trae sentido de los acontecimientos que ocurren a menudo en el otro lado del mundo, divisados por fragmentos en la corriente informativa. Allí fuera o en directo las 24 horas, entre voces emitidas, dobladas o traducidas se construyen ideas y opiniones. Pero hay otra razón, quizá más verdadera aunque recelosa, por la que seguimos hablando y escuchando, escribiendo y traduciendo. Este empuje a buscar, sin fin y sin límites geográficos o temporales se llama emoción, una sensibilidad que tal vez nos haga vacilar o no pegar ojo. Por eso nos gustan Bob Dylan o Dalida, Bruno Mars, Manuchao o Lucio Battisti, con sus precarias respuestas a nuestras dudas e inquietos interrogantes por cada certeza.  Y en esta traducción imperfecta, buscando el Otro encontramos el Yo. Persiguiendo el lugar – ¿qué idioma se hablará allí? -  donde la alegría se desparrama como el polen.  

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